Meditaciones sobre el "encuentro" del 17 de septiembre de 2011
en Comillas
 

Recapitulando

No puede uno por menos de frotarse los ojos ante la cascada de meditaciones que inunda el blog después de meses de asperísima sequía. Se nota un aire nuevo, desde luego. Insinúa Albertino que si a ir a Madrid nos pudo empujar la curiosidad de saber qué había hecho la vida con cada uno, a ir a Comillas nos ha movido, satisfecha ya aquélla, únicamente el afecto, la gana de estar juntos y de <<sentirnos en casa>>, por usar las palabras de Alejandro. Parece que incluso hemos vencido ese miedecillo que teníamos a proclamar que nos alegramos de vernos. Paco abrió fuego relatándonos por menudo sus desvelos maternales: Ay Virgen Santísima que Mauleón no viene, ay que no llegamos a veinte, ay esos pobres que vienen de tan lejos… Santo varón. Esperamos la nueva entrega, que lo prometido es deuda. Pepe Prieto nos recuerda los hitos culturales del paraninfo. Qué memoria la mía: ya no me acordaba de “Esperando a Godot”. Ramón, por el encuadre de la foto que acompaña a su comentario, se diría que ya en el concierto había previsto la reseña que este pendolista haría días más tarde. Hasta Alejandro sucumbe finalmente a la lírica, no sin antes dejar constancia de quién es la máxima autoridad cuando se trata de discernir los matices infinitos del paisaje cántabro. Y Lino —estas líneas te obligan a contarnos la aventura del torreón—, Lino, muy en su papel de vitalicio número uno de la clase, adelanta tarea metiéndose de lleno en los episodios comilleses. Su descripción de la modalidad ambuloexpectorante de rezar el breviario creada y practicada por el P. Gumer quedará para los restos. Yo era uno de aquellos espectadores retráctiles que le ovacionaban desde las buhardillas y he revivido gozosamente la escena y otras que ésta ha despertado de aquel curso tan peculiar, el de Preu, al que sin duda habremos de volver en más de una ocasión. Lino nos ha abierto la senda; no tenemos más que seguir sus pasos.
“Deleitémonos rememorando nuestros infortunios, pues encuentra placer en referir los trabajos pasados aquel que mucho sufrió y mucho trajinó.” Esto no lo dice Agamenón ni su porquero, sino el porquero de Ulises, Eumeo, en el canto XV de la Odisea. Desde antiguo, pues, se conoce esa virtud del narrar que transforma la aflicción en dulzura. Será porque al hacerse palabra la vida pierde su turbidez, se clarifica, se purifica, se aligera para hacerse transmisible. Quizá pensaba en esto el filósofo que dijo que el punto culminante de la vida es la comprensión de la vida (lo dijo en inglés, aunque él era español: “It is the acme of life to understand life”). La transparencia es, creo, el privilegio que nos concede la edad que vamos alcanzando. La “libido sciendi”, la más tenaz de las diversas “libidines” que nos zarandean a lo largo de la vida, con los años parece que se adelgaza, se sutiliza y como que se ensimisma; deja de buscar el saber que procura beneficio y dominio y se queda con el que procura transparencia y nitidez, un saber que sólo quiere saber y saberse y que tal vez empieza a merecer el nombre de sabiduría: una sabiduría vespertina, otoñal, lunar como la flor que ha alumbrado el ciruelo de Alejandro.

Alfonso Fernández Alonso

P.S.: Gracias a Rafael Manero por su diligentísimo y generoso comentario.

 

 

 

Genius coeli, ciruelas de otoño

Estaba en deuda contigo, Alfonso. Yo fui uno de los que pidieron que te asomaras al blog. Yo, tantas veces Marta, hoy me visto de María para poner mi grano de intimidad en este escenario mágico.
Al leer tu referencia a la “magia” del lugar, inmediatamente me vino la imagen de aquel día de morrina (así llamamos en Cantabria a la lluvia fina), al gris del cielo panza-burra, viento en calma, verdes brillantes, ladrillos de corinto. Ese cielo de humor cambiante, melancólico a veces, de Comillas. Así solía ser la llegada en aquellos septiembres.
No sabría decir quién puso más magia en el encuentro, si el lugar o el cielo. Tal vez son la misma cosa, quizá pareja fundida en un abrazo. Pero sé que ambos hiceron que nos sintiéramos en casa. Y sé, también que, tras nuestro encuentro, vinieron días de sol intenso, de calor, mucho calor. Como si el cielo de Castilla se hubiera volcado en este lugar. Y que de ese abrazo brotó, muy cerca , este ciruelo que ves junto a mi escrito. En esa foto, de hace unos minutos, se asoman los frutos de otoño. Tal vez una metáfora de los sentimientos que ha despertado ese encuentro.
Alejandro Rivas (4 de octubre 2011)

 

 

 Memoria para el futuro.

La mañana del pasado  domingo 18 tenía ante mí el mismo escenario que 51 años atrás. Una visión de contraplano con un encuadre merecedor de figurar en  una película de Dreyer. Hoy me despertaba en la habitación de un hotel y en otro tiempo me desperté tras seis horas de viaje en coche desde Asturias para pasar el examen de ingreso con el P. Rodilla. Entonces no, pero ahora sí, reconocía aquella fachada gris, el rosetón humilde de la capilla y el ventanal del estudio de gramática, sintiendo el soplo "divino" del P. Teófanes mientras escribías tus buenos propósitos en aquella libreta de tapas negras. Las ventanas corridas, como ojos de un barco, de las camarillas de retórica; tumbado en escorzo en la cama podías ver la luna sobre el palacio de Sobrellano. Todos estos lugares y muchos más como las buhardillas de sexto y preu, la enfermería, la sala de música... nos los habían hurtado en la visita del día anterior, quizá mejor así.

 Entramos por la escalera principal al vestíbulo sin el marqués y accedimos al remozado paraninfo sin la tarima, ni el Sagrado Corazón (Lino no quiso sustituirlo) y por un momento creímos recuperar aquellas voces y el eco de tanta polifonía, que no cacofonía, pues podía parecer por el aspecto maduro  de todos nosotros, que estábamos haciendo un ejercicio de espiritismo. Allí sí estaba el “genius loci”, el glamour de las noches de Santa Cecilia, la solemnidad de las conferencias de ilustres conferenciantes de paso o vuelta del Concilio Vaticano y el absurdo de “Esperando a Godot” o la magia del cartero de Tagore.

Escapé de la melancolía en el momento que dejó de llover y me acerqué a Oyambre. La marea baja y la ría tranquila merodeaba entre la arena, y al otro lado de las dunas la  playa ancha, símbolo de libertad. Caminé en busca del Pájaro Amarillo, hoy derruido, y cuando me volví allí estaba él, el viejo caserón, entre la bruma que provocan el rompiente de las olas y que asciende hasta envolverlo en un halo de misterio.     

Amigo Alfonso, dices que “el recordar se nos convierte a pesar nuestro en un ejercicio de soledad” yo no lo creo,  desde el momento en que con precisión lo has expresado y has provocado que otros nos adhiriéramos. Entre todos podemos convertir los recuerdos  poco a poco en memoria para el futuro, en memoria histórica de un grupo, que vivió en un momento dado y después de mucho tiempo se reencuentra, se reconoce  y tiene aún conciencia  de serlo.

 

Pepe Prieto

29 de septiembre 2011

 

 

Estos, Fabio, ¡ay, dolor! que ves ahora......

Amigo Ligorio: Fiel al compromiso que adquirí contigo, tal vez con demasiada ligereza, de escribir siempre que tú escribieras (¡qué torpeza la mía el pensar que nunca lo harías!) aquí estoy al pie del cañón a comentar algunas impresiones que me provocaron la visita del sábado 17 a nuestro seminario.
“Juntos, recorriendo lo restaurado, concelebramos la liturgia del recuerdo”, dices tú, pero a mí eso sólo me ocurrió en parte. Reviví a Mariano en su portería ¡cómo no! Y recordaba cómo bajaba yo los martes a consultar en el MARCA que le encargaba un teólogo con posibles qué había hecho ese domingo el Logroñés, que por aquel entonces se batía en Tercera División con el Eibar, el Tudelano y el Mirandés. Mariano me dejaba leer un rato el periódico en correspondencia a la propina que le daba mi padre en Navidad. Un día recuerdo que llegó una excursión de extranjeros; Mariano se puso muy nervioso, los dejó un momento a mi cargo (¡qué irresponsabilidad!) y dijo solemnemente, en voz muy alta y como deletreando, como si así los de la excursión le fueran a entender mejor: “Esperen aquí un momento con el chico, que voy a avisar al Padre Ireneo que es polígamo”. Menos mal que no entendieron ni papa…
Eché de menos la estatua del Marqués, uno de los símbolos de nuestro curso, la maqueta de la biblioteca que nunca se hizo y, sobre todo, aquel león de trece garras que había a la entrada en el suelo. La parte restaurada a estilo ibicenco me resultó extraña, no me reconocía en ella. Así que me salí de nuevo a la fachada “en busca del tiempo perdido” y lo encontré justo en la otra parte, la no restaurada. Miré hacia arriba y reconocí los ventanucos de nuestro Preu, aquel curso en que decidí hacerme vago para toda la vida. Allí estaba la primera ventana, la del Puto (así llamaba Burón a ese compañero -aún no se ha jubilado- que ay todavía no sé por qué) por donde le gustaba orinar directamente sobre la fachada. Miré la palmera de abajo y, efectivamente, se había secado por completo.
Aquellas ventanas me recordaron las apuestas que hacíamos a costa del Padre Gumersindo que salía a rezar el breviario de buena mañana. Gumer según rezaba iba echando lapos a izquierda y derecha y el asunto consistía en acertar los que iban a un lado o a otro: 2-1, 2-2, 3-2, etc. Nosotros nos agolpábamos en las ventanas y jaleábamos con ovaciones cada lapo, sobre todo aquellos que iban a favor de nuestra apuesta. Allí nos iniciamos algunos en la ludopatía pues saldábamos la apuesta cambiando lapos por cigarrillos…. Alguna vez miraba para arriba pero no sé por qué resorte extraño ya nos habíamos ocultado todos y nunca supo quién le ovacionaba: ¿Tal vez le aplaudían los ángeles por la devoción con que rezaba el breviario? Seguro que lo pensó.
Luego me quedé mirando el torreón y me vino a la cabeza una aventura que tuvimos allí con el Padre Quevedo pero por hoy ya está bien de dar la paliza…

29 de seotiembre de 2011
Lino Uruñuela

 

REUNIÓN DE ACCIONISTAS
Ramón Sánchez-Infante, Tres Cantos.

Alfonso, lo has clavado.
Te damos un diez en traducción y hermenéutica. O en física y química, o lo que sea, porque has sabido condensar una espesa nube de vapor emocional en un hilo de agua clara, en un texto rico y brillante, proteínico, salado y dulce, un texto que invita a sucesivas lecturas porque en cada una se barruntan nuevos sabores.
Tuve la suerte de coincidir contigo en aquel primer tren cargado de murria que, pasando por Comillas, nos ha traído donde ahora estamos. Lo que me hace pensar que no todo son espejismos. Hay también certidumbres que se confirman con los años: los afectos echan raíces donde pueden y quieren. Y se ve que el humus comillés, debidamente abonado por el genius loci, era buen terreno para la inversión emocional. Tal vez por eso, y aunque aparentara lo más opuesto, la reunión del 17, en el paraninfo, tenía algo de junta anual de accionistas que vuelven a los campos donde han invertido muchos años, o pocos, pero muy valiosos, de sus vidas. El balance final es cosa de cada uno. Pero, vamos, a las pruebas me remito: la reunión fue un puro cántico.
Gracias, Alfonso, por estar allí y hacer de traductor.

 

26 de septiembre de 2011

 

 

Este año fuimos menos los que acudimos al encuentro. Quizás faltase el estímulo del reencuentro con aquellos que no veíamos desde el año 68, como me sucedía a mí el pasado año en Madrid. Este año ha tenido el interés de volver a donde nos conocimos. Para mí también era algo estancado en el tiempo desde hacía muchísimos años, y mereció la pena. Aunque a mi hija no le gustó el colegio donde estudió su padre de pequeño, yo sí disfruté del encuentro. Fueron muchos los recuerdos revividos. Sentí el estado del edificio pero eso no impidió que recordase la madera de los pasillos y hasta la forma de las tejas cuando las pisábamos pasando de una habitación a otra. Tengo que agradecer a todos los recuerdos que me fuisteis despertando. Visto desde la lejanía del tiempo tengo que decir que estoy contento, orgulloso y agradecido de haber pertenecido a aquel grupo y de la formación que allí recibí.
Gracias Paco, Rivas, Ramón, y a todos los que estáis colaborando para que esto continúe y sea algo más que reunirse para ir a comer.
Un abrazo a todos y contar conmigo para el próximo año aunque aun no me haya jubilado.
Enviado desde mi iPad

Albertino Amigo

 

24 de septiembre de 2011

 

 

Genius loci

 

No es infrecuente que lo que se improvisa resulte más sabroso que lo preparado a conciencia; a su favor cuenta con ingredientes como la espontaneidad y la sorpresa que suelen faltar en lo deliberado. Sorpresa fue, y sumamente grata, la “fusión” con los veteranos de la Schola. Allí estaban puntuales, bienhumorados, acogedores, plenos de vitalidad, luciendo esa “cruda viridisque senectus” que más de uno con menos años quisiera para sí. El “humus” comillés hizo posible que de inmediato brotase un trato natural, como entre conocidos de toda la vida. Juntos, recorriendo lo restaurado, concelebramos la liturgia del recuerdo. Cotejábamos lo que teníamos ante los ojos con la estampa que guardábamos en la memoria. La imaginación devolvía al vestíbulo la cristalera de la portería en cuyo interior Mariano se movía como un pez rechoncho con bigotillo de época, y reponía al pie de la escalinata el busto lívido del marqués al que la alegre —e incomprendida— misericordia de unos de Preu quiso librar de su frío marmóreo abrigándole con una cazadora y una gorra carlista. No hacía falta hablar. De repente todos éramos porosos, permeables; nos sentíamos diluir en una cálida sustancia común que nos rodeaba como un vaho —y no me refiero al que desprendían nuestras ropas mojadas por la llovizna—. La emoción se difundía fácil despertando calladas gratitudes, pues todos ya tenemos visto cómo los recuerdos van adquiriendo con los años el carácter incompartible de los sueños y cómo el recordar se nos convierte a pesar nuestro en un ejercicio de soledad.

Fue, la jornada del 17, una jornada doblemente coral: porque se cantó a coro y porque se recordó a coro. Se cantó y bien, con emoción verdadera, contagiosa. Es cierto que las voces habían cambiado de color: las blancas de antaño son oscuras y profundas hogaño, pero no hay duda de que los artesonados remozados del paraninfo reconocieron en ellas la antigua vibración. Los “silentes” a nuestro modo también cantamos dejándonos absorber por la melodía, que nos aliviaba un poco de la fatiga de ser individuos. ¿Fue un espejismo? Tal vez; pero ¿qué no lo es?

Pienso que a todo esto no fue ajena la magia del lugar. El “genius loci” fue con toda certeza el oficiante invisible de la humilde teurgia que allí tuvo lugar el sábado 17. El collado de la Cardosa, por mustio que esté, conserva íntegro el carácter sagrado que la infancia imprime a los lugares en que transcurre. Para nosotros es un “témenos”. El lugar sí que importa, pues. Lo de Madrid fue un encuentro —grato, sin duda, y exitoso—; lo del sábado aquí, sobre ser un encuentro, fue un regreso (“nostos”). El héroe que en secreto es cada uno para sí mismo vio cumplido el requisito sin el que ninguna trayectoria puede darse por completa. Volviendo, la conciencia consigue la curvatura que nos permite releer con ojos pausados los días vertiginosos de la adolescencia y posar la mirada —la mirada clara y sosegada que da la edad— en lugares y objetos por los que el hambre de futuro nos hizo pasar de puntillas.

El día entero fue un continuo trajín de idas y venidas del recuerdo al presente y viceversa. La fecha parecía haber sido escogida a propósito, pues un día similar de mediados de septiembre subimos por primera vez, hace cincuenta y un años, la serpiente de la Cardosa, bajo un cielo también encapotado y frente al mismo mar silencioso y plomizo, empeñado, él sabrá por qué, en disimular su presencia. No es de extrañar, pues, que cundieran episodios proustianos suscitados por olores y vislumbres imprevistos. Esa parece ser la atinada estrategia que guía el video de Ramón y la orla de Angel: entreverar imágenes antiguas y recientes para que produzcan chispazos, ecos,  estremecimientos, esas fusiones que cristalizan en diamantes de tiempo en estado puro. Disfrutamos viéndolo, discutiéndolo y yéndonos por los cerros de Úbeda (José Pedro), ya que le teníamos a mano. Como éramos menos —menos que en el encuentro de Madrid, quiero decir—, tocamos a más: más conversación, más cercanía, más espacio y más tiempo.

Y detrás de todo, la presencia tutelar, eficiente, incansable y discreta de Alejandro. Gracias.

 

Alfonso Fernández Alonso (“Ligorio”)

 

23 de septiembre de 2011  

 

16 de septiembre: Víspera del encuentro.

 

Se acerca ya el día señalado para este segundo reencuentro con mis compañeros de Comillas de hace 50 años. Estoy nervioso. He mandado el correo fijando la fecha de este fin de semana hace muy pocos días: el 5 de septiembre.

¿Cuántos asistirán? ¿Habrá quedado la gente satisfecha con el encuentro de hace un año de Madrid?

El encuentro de este año tiene una ventaja sobre el anterior: que es en Comillas donde esperamos visitar “nuestros lugares”. Sin embargo, queda más lejos para la mayoría de la gente (ya estamos con el centralismo), ya nos vimos el año pasado, no merece la pena volver a ver a los mismos, qué nos vamos a contar,... Mis temores no me los puedo quitar de la cabeza.

Así que me acerco el viernes por la mañana desde mi Quintanilla de Rueda a Torrelavega. Visito a Luis Miguel León Montoya y nos vamos, juntamente con su mujer Mila, al encuentro de los primeros que lleguen en Comillas. Hace una mala tarde, bueno, la lluvia acostumbrada en Comillas. Ya al llegar, según aparcamos viene de dar un paseo Arcadio Fernández Herreras que ejerce de comillés, pues tiene un apartamento en Comillas y allí pasa el verano con su mujer Rosa. Primeros abrazos emocionados  y seguimos nuestro paseo. Al ir hacia la plaza nos encontramos con Ángel Andérez (había comido con él, con Ramón Sánchez-Infante y con Fernando Muñoz Vitoria en El Pardo el lunes 12). Hacemos un poco de tiempo para ir a la plaza (al Corro dicen en Comillas) y encontrarnos con otros compañeros. Me ha llamado José María Mauleón, que había confirmado su asistencia, para decirme que tienen que ingresar a su suegro y que no nos puede acompañar. Una pena, pues es uno de los que no había podido acudir al encuentro del año pasado en Madrid y tenía muchas ganas de verle. De los veinte que habían confirmado su asistencia se nos “cae” uno. Bueno, pienso, no está mal si logramos juntarnos alrededor de veinte.

Llegamos al Corro y me llama Emilio García Bonhome (ahora escrito Bonome) que está acompañado de su mujer, a la que aún no conocía. Abrazos y preguntas sobre cómo ha transcurrido el tiempo desde el año pasado. Tiene la buena noticia que se acaba de jubilar y se une al nutrido grupo de los jubilados. Allí está Alejandro Rivas y Cristina, el principal “responsable” de que nos veamos este fin de semana, pues él me animó al decirme que había citado a los miembros de la Schola Canthorum para tener la asamblea general anual de la misma y así, aprovechando este evento, nos uníamos nosotros también, al haber varios compañeros que pertenecen a la Schola. Alejandro me confirma que mañana viene desde Logroño Lino y Esther, pues se encuentra bastante recuperado. También llega al poco tiempo Vicente Boisán y Pili (al que había visitado en León el jueves cuando comí un bacalao estupendo en León con Emilio Geijo, que también viene con Blanca y nos acompañará también Luciano). También llegan desde Oviedo, Albertino Amigo con su mujer María José y su niña Lara de tres años.

Desde Castellón han llegado José Luis Palacios con su mujer y José Manuel Pazos. Ellos son los que han hecho mayor número de kilómetros para estar con nosotros. Se lo vuelvo a agradecer.

Estamos ya viendo donde vamos a tomar algo para cenar, pues ya son más de las nueve y el estómago empieza a quejarse. Allí estaban también varios miembros de la Schola acompañados de sus mujeres, si bien, he de decir, yo estaba más preocupado por “mis compañeros”. Y me llama diciendo que está viniendo al Corro, José Pedro Úbeda, que no había podido asistir al encuentro de Madrid al estaringresado en  el hospital para una intervención. Viene desde Alicante con su mujer Teresa ¿Nos reconoceremos? Teniendo en cuenta que en medio de la plaza sólo estábamos nosotros, aguantando el sirimiri (recuerdo de mi estancia en Basauri) era fácil saber quién era. Viene con un sombrero, hecho un señor y le digo”José Pedro Úbeda” y nos fundimos en un abrazo. Se quita el sombrero y, claro, los gestos son los que conocíamos: la “pinta” no se borra a pesar de los años transcurridos.

Nos sentamos a tomar algo y nos intercambiamos noticias de otros compañeros, tanto de los que van a venir mañana como de los que han confirmado que no pueden asistir. Ramón Sánchez-Infante llama diciendo que ya está instalado con Menchu en una casa rural de Trasvía. Yo empiezo a relajarme y a disfrutar, pues en el encuentro no me voy a encontrar solo. Al fin, el encuentro va a tener lugar mañana y vamos a ser veinte compañeros. Respiro fuerte. Sé que quienes han confirmado su asistencia para mañana llegarán.

Nos despedimos hasta las doce y media de la mañana a la puerta de la Universidad. Gracias a todos.  CONTINUARÁ.

 

Paco A. Burón

22 de septiembre de 2011